martes, 16 de mayo de 2017

LAS LLANAS

Colaboración de José Martínez Ramírez
Aquí, en «Las Llanas», todos  sienten
por las noches los ecos de las ladras,
entre las encinas se esparcen las rehalas
para que la Luna, en su orbe, se serene.

Mientras, el viento del día va y viene
entre el amarillo del quejigo, que da alas,
al color de las laderas de «Las Llanas»,
y cobijo al jabalí que mantiene
su misterio y quietud tan solemne.

Los disparos lacerantes, de las balas,
de un horizonte cautivo en llamas,
por una ilusión que casi nadie obtiene.

Acecha con los ojos algo que suene.
Mientras el rocío brilla en las ralas
de las hojas de los coscojos tempranas,
y las piedras blancas de enfrente.

Adornan los cencerros y la fuente
con sus sonidos quietos, la mañana,
y lucha saltarina entre piedras el agua,
en mitad de la montería candente.

Rehaleros y perros van y vienen,
con sus guturales gemidos rasgan
sus gargantas roncas y heladas
y con sus manos tantean el ambiente.
Rafa Castro, no quiere que se cuente,
ha fallado un macareno que avanzaba
despacio y erguido, mientras whatsappeaba.

Con lágrimas y apretando los dientes,
se lo contaba a su amigo Reverte,
que movía la cabeza, frente a Rafa,
y, cariñoso, su pelo rizado le mesaba
mientras le guiñaba el ojo a la gente.

Bendita locura este amor y el siguiente,
que regala el campo por esto de la caza;
que es mentira lo del guarro de Rafa
y que el pelo se lo arrancara Reverte.

Aunque ahora que la mentira es verdad
y la verdad no es mentira, dicen los demás,
en la estación ahora venden lencería
para las almas que engañar no querían.

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