sábado, 25 de febrero de 2017

LOS DIOSES NOS GENERAN AMBICIÓN E INJUSTICIA

Colaboración de Paco Pérez
DIOS NOS SACIA DE AMOR, GENEROSIDAD, FELICIDAD…
El pueblo de Israel vivió repetidas situaciones de opresión y, cuando eran derrotados y deportados, por ellas caían en la desesperación y se preguntaban… ¿Por qué nos ha abandonado el Señor?
La realidad era otra y ellos no la comprendían, Dios no los abandonaba y les hacía llegar, por medio de los profetas, el mensaje que necesitaban.
En nuestros días muchas personas también tienen esa sensación de abandono y para ayudarles lo mejor es remitirlos a Isaías 49, 14-15: [Sión decía: Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado. ¿Es que puede una madre olvidarse, de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.].

Si Dios desea que entre los hombres haya igualdad y justicia para que así seamos felices… ¿Podrá estarlo Él cuando compruebe que unos poseen mucho y otros nada?
Jesús denunciaba: [No podéis servir a Dios y al Dinero.].
Mientras haya pobres y necesitados, la acumulación de riqueza innecesaria será “injusta” porque estaremos quitando a otros lo que necesitan para comer. Quienes trabajan por el propio progreso económico están entorpeciendo que crezca la sociedad fraternal que desea Dios. El cristiano sólo puede servir a Dios si está dispuesto a ser solidario y fraternal con los demás pero si acumula riquezas y privilegios el Padre no podrá aprobar estas actuaciones porque son contrarias a sus deseos de igualdad.
Quienes tienen verdadero “espíritu de pobreza y desapego interior por la riqueza”, son los que comparten -de alguna manera- lo poco o lo mucho que tienen para ayudar a los necesitados.
La sociedad suele descargar su responsabilidad de ayuda proclamando que los ricos son quienes deben hacerlo, alegan que ellos tienen muy poco y así se liberan de esa obligación. Este planteamiento no es verdadero y no se mantiene en pie ante la justicia divina porque muchos de nosotros también somos ricos porque tenemos cada día lo necesario, en un grado u otro, y no nos preocupamos de que en la acera de enfrente otros pidan porque carecen de lo más básico.
Nos hemos acostumbrado a ver, bien acomodados frente al televisor, los telediarios que nos informan sobre las lamentables noticias acaecidas a quienes intentaban cruzar el Estrecho en busca de una vida mejor para sus familias y acabaron en el fondo del mar.
Los cristianos tenemos la responsabilidad de denunciar estas prácticas injustas y de reclamar que se les ayude a vivir en sus lugares de origen para que puedan comer, restituyéndoles lo que les robaron durante muchos años y desenmascarando así a quienes tuvieron tal responsabilidad. Dios nos regaló un planeta para que viviéramos felices en él porque lo dotó de recursos suficientes para todos y, por ello, la Iglesia debe denunciar a quienes han expoliado, y expolian, los recursos de esos países pobres, ocasionándoles su pobreza actual.
El “estado del bienestar” es un derecho que nos regaló Dios, pero los políticos la han hecho suya y la proclaman cada cuatro años; nos la sirven como la meta que impulsarán y después, cuando llegan al sillón, se convierte de nuevo en la gran olvidada. Considero que sería posible conseguirlo si los sistemas humanos que dirigen nuestros destinos fueran justos y fraternos pero mientras ellos permitan que unos tengan muchas viviendas en alquiler otros seguirán durmiendo en un banco, mientras sigan consintiendo que la publicidad nos incite a vivir en casas maravillosas siempre habrá personas que vivirán en chabolas…
Todo esto ocurre porque la competitividad nos ha deshumanizado al marcarle a las personas unas metas muy elevadas de producción, a las que sólo llegan unos pocos, y haciendo lo que sea necesario para lograr el fin. Cuando eso ocurre, las relaciones entre las personas se estropean porque, cuando se pasan las líneas rojas de la ética para llegar, ya todo lo que viene después no es bueno y hace imposible la normalidad, como es lógico para llegar hasta aquí tuvo que desaparecer mucho antes la buena actitud de la solidaridad propuesta por Jesús.
El sistema económico que hay actúa de manera injusta y nos está llevando a establecer más diferencias sociales pues eleva a unos y hunde a otros. Considero que hemos entrado en una espiral de ambición que no consiente que esta crisis acabe pronto porque quienes tienen el dinero nunca se sienten saciados.
Estamos atrapados en el consumismo y por él tenemos una serie de necesidades falsas que nos hemos creado y que, sin razón alguna, cubrimos sin pensar que es una inmoralidad.
Todo esto nos ocurre porque nos hemos abrazado a una idea falsa de Dios y por ella necesitamos tocar para creer, lo que no es posible hacer con Dios. En cambio, sí es posible hacerlo con los dioses terrenales: dinero, fiestas, casas, juergas, vacaciones, viajes… Dios nos pide sacrificios, hacerlos causa dolor, y por eso rechazamos lo difícil y nos agarramos a lo que nos causa placer.
Siguiendo esta línea falsa las personas se posicionan por algo o alguien y lo encumbran o lo excluyen, sin valorar de manera objetiva sus cualidades o sus bondades, antes de tomar la decisión final.
Los cristianos solemos fijar nuestra posición terrenal pero ello no nos da la certeza de haber alcanzado ya el premio final, nos lo tenemos que currar día a día siguiendo las enseñanzas de nuestro modelo, Jesús… ¿Lo hacemos así?
Si seguimos el pensamiento de San Pablo lo que realmente debiera preocuparnos es ser sólo personas que intentan seguir su estela, unas veces lo haremos mejor y otras peor, pero por desgracia no actuamos así y nos esforzamos mucho en analizar el comportamiento de los demás. Actuar así no es el camino porque al afirmar cosas de las personas las sentenciamos y nos adelantamos al juicio de Dios, esa no es la actuación que se nos pide.



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